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Menores tutelados y fugados, perfil de los jóvenes sin techo




La Fundación Simetrías reclama un pacto social urgente para garantizarles una vivienda digna


Los jóvenes que al cumplir los 18 años deben abandonar los centros tutelados, los inmigrantes no acompañados, los fugados del hogar, los que residen en infraviviendas o asentamientos y los hijos de familias desahuciadas conforman el perfil de los menores sin hogar en España. Así lo ha expuso ayer la presidenta de la Fundación Simetrías, Ángeles Díaz Vieco, una organización que impulsa proyectos para la inclusión social de los menores y que reclamó un pacto social "urgente" para garantizar una vivienda digna a los niños y jóvenes que duermen en la calle.

Díaz Vieco presentó un informe sobre los jóvenes sin hogar en España en la Conferencia CRS ("Children Rough Sleepers", niños que duermen en la calle) en la que participaron expertos de administraciones públicas y privadas, universidades y plataformas de la sociedad civil. Entre otras medidas, Díaz Vieco exige la paralización de los desahucios y la agilización de los trámites para que las familias desahuciadas con hijos menores puedan acceder al fondo social de la vivienda de los bancos. También planteó que la renta mínima sea homogénea en todas las comunidades autónomas españolas

Entre los jóvenes sin techo se encuentran los que al cumplir 18 años dejan los centros de protección en los que vivían, no tienen familia de referencia, ni amigos y no pueden optar a programas autonómicos para acceder a una vivienda tutelada. También afecta a los jóvenes que se fugan de sus casas por unos días como consecuencia del aumento de los conflictos familiares. En 2013 se presentaron 13.000 denuncias por fuga de menores. Otro grupo de afectados son los jóvenes procedentes de familias de todos los niveles sociales que son denunciados por sus padres por malos tratos. También pueden terminar en la calle los menores inmigrantes no acompañados, indocumentados, que entran en España para encontrar un trabajo y que fueron alojados en centros de protección, de los que se terminan fugando.

Fuente :http://www.laregion.es/articulo/sociedad/menores-tutelados-y-fugados-perfil-jovenes-techo/20141119082828505238.html

Los niños, niñas, jovénes sin hogar en Cataluña





Después de un viaje rápido en AVE de Toledo a Barcelona, la noche de antes, llego al Paseo del Arco del Triunfo. Allí se encuentra el SINDIC (Sede del Defensor de los Ciudadanos de Cataluña). El SINDIC es una institución de defensa de derechos, como lo es la Defensora del Pueblo en España o Andalucía. Nos parecía importante tener al SINDIC en la investigación de los jóvenes sin hogar en España.

La responsable de infancia, María Jesús Larios, nos recibe en la Biblioteca, un espacio magnífico con vistas al casco antiguo de la ciudad. La Biblioteca es lo suficientemente amplia y espaciosa como para llevar a cabo reuniones de trabajo y donde recibir las denuncias o quejas de los ciudadanos, para así poder hacerlas llegar a los responsables de las administraciones encargados de poder darles respuestas.

Es por tanto, la Biblioteca del SINDIC, un espacio de escucha y respuesta a veces de intereses en conflicto, cuando esto ocurre se llevan a cabo informes o recomendaciones, como el de pobreza infantil o el de malnutrición infantil.

María Jesús Larios nos recibe con cariño y respeto por el trabajo que estamos realizando, en relación a los niños, niñas y jóvenes sin hogar; y trata, desde el principio, de estructurar su discurso que parte de una premisa general, para después ir desgranando los diferentes supuestos que se han ido encontrando a lo largo de los últimos años de crisis que ha afectado especialmente a las políticas sociales. Nos afirma que el Sistema de Protección de Menores, parte de la base de la obligación inmediata de la Administración Pública de satisfacer todas las necesidades de los niños y las niñas. 

De manera muy didáctica, nos informa sobre el funcionamiento del sistema de protección. “Si al menor la familia no lo puede atender, sus necesidades se deberán atender en otros recursos, ya sean familias acogedoras o centros de protección. Se trata de menores que están, según la terminología, sin hogar”. La cifra de menores tutelados en España son 38.000 y en Cataluña 7.000, de los cuales la mayoría están con su familia extensa, es decir, sus abuelos o tíos. Además, un tercio de ellos estarían en centros de acogida o centros residenciales o terapéuticos, que dependen de la Administración Pública.

Nos diferenció en esta problemática, de la que se encuentran los menores que han cometido alguna infracción, que viven en centros reeducativos (centros de justicia juvenil), y el juez de menores les ha impuesto alguna medida bien cautelar o impuesta una condena en estos centros. 

A esta altura de nuestra conversación, una de las preocupaciones de María Jesús se centra en los “menores-mayores”. Se trata de jóvenes sin hogar, porque hay dudas a veces de su condición, son los menores extranjeros no acompañados.

Estos menores extranjeros no acompañados, son procedentes de África subsahariana y otros países de esta parte de África. La Administración se escuda en una falta de fidelidad de sus documentos de identificación, para practicarles unas pruebas, que son de dudosa fiabilidad. En algunos casos, los menores que llegan aquí con la condición de menor, pasan unos días en un centro de acogida. Se les practica una prueba y si el resultado de la prueba es que son mayores de edad, son expulsados del sistema de protección, sin ninguna otra protección. Una vez son reconocidos como mayores, llegan con un pasaporte con minoría de edad a centros de adultos y no los admiten. La razón de no admitirlos es que son menores de edad legalmente y porque “nadie ha declarado su mayoría de edad”.

“Nadie ha declarado nulo ese pasaporte, con lo cual se encuentran en un limbo de mayores-menores”. Son jóvenes en situación de vulnerabilidad, pueden tener en general entre. 16, y 21 años, sin una atención específica. Con problemas evidentes, carencias de todo tipo, proyectos frustrados, sin la atención psicológica adecuada y viviendo en albergues para personas sin techo. Sin un seguimiento educativo, sin una atención específica para los mismos. 

La denuncia me pareció contada con la credibilidad y la autoridad de quien ha vivido la historia, a través de las historias de los propios inmigrantes y profesionales de organizaciones privadas que trabajan con ellos, sin encontrar un resquicio legal a las leyes que permitiera, en caso de duda, considerarlo menor e ingresar en un centro bajo la tutela de la administración. 

Avanzábamos en la entrevista, para hacer referencia a niños que viven en algunos centros de acogida para mujeres que han sido víctimas de maltrato. Estos centros acogen a las mujeres víctimas de maltrato, donde los niños viven con sus madres. 

Otros casos son los de madres que ha cometido algún delito y los niños viven en prisión con ellas, esto plantea a veces problemas sobre idoneidad o no del entorno.

Después, en esta visión global, pasamos a viviendas inseguras. Estas viviendas la Administración Pública debería tenerlas cuantificadas porque saben que hay un problema de viviendas inseguras. Se han realizado propuestas a las Administraciones Públicas, para que cedan viviendas de los bancos, alquileres sociales, para que si hay una familia desahuciada con niños; que los Servicios Sociales pongan alguna vivienda, alguna residencia, para dar cobertura a esta situación.

En este sentido, reconoce la existencia de niños que viven en viviendas con otros familiares, compartiendo varias familias la misma vivienda en una situación masificada; o en viviendas ocupadas, o algunos asentamientos de Gitanos Roma

Nos cuenta lo que ha ocurrido en un asentamiento en Lérida, donde habría unos 25 menores de edad viviendo en condiciones bastante deplorables. No se puede decir que la Administración Pública no está haciendo nada en estos asentamientos, ya que van a recoger a los niños, los llevan al colegio. No hay tanto problema en absentismo, pero están en condiciones de vida muy malas. Por ello, debería empezarse por mejorar las condiciones materiales y de salubridad. Después, ya veríamos, cómo son los planes de intervención de reubicación de los asentamientos.

Las familias que no tienen renta mínima de inserción, a las cuales se les ha intentado desahuciar, se han quedado sin vivienda. En algún caso, puede acabar con una tutela por parte de la Administración. Esta situación no debería pasar, que una situación de pobreza conlleve una tutela por parte de la Administración. Lo que se debería es garantizar medidas para que la familia pueda vivir y tener los medios adecuados para cuidar de sus hijos.

Se está estudiando si las tutelas han aumentado con la crisis, pero lo que han aumentado
son las tutelas con las medidas de protección con la familia extensa. Esto nos lleva a pensar que hay que estar muy atento para evitar que en determinadas medidas prime el ahorro presupuestario. No siempre es bueno que la medida, por ejemplo, sea que vaya con el abuelo, cuando el núcleo maltratador es el hijo, es decir, si hay que separar al niño del núcleo familiar, a veces lo mejor puede ser una familia acogedora ajena o un centro y no una familia extensa.

Compartimos la reflexión sobre la reducción de plantillas de los Servicios Sociales, a nivel local, que puede estar llevando a no poder prevenir situaciones de familia, que pueden encontrarse en situación complicada en cuanto a la protección de los chavales.

Nos informa que se han hecho informes al Parlamento sobre reducción de los presupuestos en Servicios Sociales, no sólo de atención directa, sino servicios a la comunidad; tipo ludotecas, centros abiertos, incluso las escuelas, los jardines de infancia, guarderías, escuelas de padres, es decir, todo tipo de centros que se han visto reducidos de una manera clara por la crisis.

A esta denuncia, formula diferentes propuestas o recomendaciones, que comparto con ella. La contención de presupuesto de las Administraciones Públicas en Servicios Sociales que ya estaban infradotados, requieren un incremento de presupuesto ante la adversidad para poder trabajar la detección. 

No estamos previniendo suficientemente el maltrato, si no se trabaja adecuadamente la prevención y la detección estamos yendo solo a los casos graves; es decir, aquellos en los que pueda haber maltrato físico o maltrato grave. Pero qué pasa con la negligencia, que también es un caso de maltrato. En la negligencia debe haber una intervención protectora. Estos casos no los estamos detectando. Por poner un ejemplo: este fin de semana, en el barrio de San Martín, se ha descubierto un bebé que estaba en su domicilio, sus padres detenidos y parece que el niño ha muerto por deshidratación. En el domicilio se encontraron drogas, se encontraron signos de un tipo de familia desestructurada por problemas. Este es un ejemplo muy extremo, pero debemos detectar muchas actuaciones y es imprescindible mejorar la detección y la base son los Servicios Sociales, que no se han dotado de los recursos necesarios para cumplir esa función.

Hasta que no hay una situación de riesgo grave, no lo transfieren a los servicios especializados que son los servicios de atención a la infancia y a la adolescencia. Por eso los Servicios Sociales de base deben estar formados, deben tener recursos, para poder hacer esta función. Pero no se ha hecho esa mayor transferencia de recursos, de formación especializada para detectar situaciones y para poder actuar. Y sobre todo, dotaciónEs decir la reducción de recursos en los Servicios Sociales de atención a la infancia, hace que no se detecten situaciones de maltrato, de negligencia porque la mayoría de maltratos son negligencias.

Algunos casos graves no se detectan, pero el servicio de atención a la infancia, no está solo para los casos graves, está para detección a tiempo de estas acciones de precariedad y estas situaciones no se están detectando. 

Me preguntaban el otro día, ¿si se está tutelando más por razón de pobreza? Yo no considero que por razones de pobreza deba tutelarse. Yo creo que se deberían cubrir las necesidades, a parte del elemento principal, el derecho del niño a su mayor interés, incluso es más eficiente para la Administración Pública, porque al final resulta más caro tutelar a un niño, que no darle a su familia medios para que pueda vivir con todas la condiciones. 

Por el contrario, dada la crisis económica tan brutal que vivimos, a veces puede parecer extraño que no haya más tutelas, que habiendo esas condiciones de infravivienda o pobreza, y dado que a las familias no se les proporcionan medios para vivir en mejores condiciones, las tasas de pobreza, la malnutrición, etc, casi uno esperaría mayor número de intervenciones. ¿Pero cómo puedes intervenir ante lo no detectado?. 

Con esta última reflexión cerramos la grabadora a sabiendas que muchos temas se han quedado en su cabeza para otro momento, como puede ser la conferencia internacional en septiembre. La invito a participar como ponente, en la confianza de mientras tanto que vaya consiguiendo más datos de las administraciones y un mayor interés de los responsables políticos para que den respuesta a los problemas planteados en nuestra entrevista.

     Ángeles Diaz Vieco
Presidenta Fundación Simetrías Internacional


Sobrevivir en la escollera de Melilla



 

 Este artículo se encuentra en el número de febrero de la revista en papel, a la venta en quioscos y en la  página web. La Marea

Abderrahim camina junto al rompeolas del puerto de Melilla, el lugar inhóspito en el que se refugian él y otros niños. ANDROS LOZANO
MELILLA / Abderrahim Zoglati se subió a un desvencijado autobús con apenas un par de mudas de ropa a la espalda pero con el pecho henchido de ilusión. Aquel día salió de su casa al amanecer confiado en alcanzar un lugar mejor que el que le vio nacer. “Buscaba una nueva vida”, dice. Vivía en Oujda, una ciudad precaria y empobrecida del noreste de Marruecos y a sólo una decena de kilómetros de la frontera con Argelia. Salió de allí con el mismo deseo que un trapecista tiene de no acabar con su cuerpo en la lona.

De aquel viaje sin retorno hace ahora dos años, el mismo tiempo que este adolescente lleva sin ver a su familia. Hoy, alejado de sus padres, malvive en las escolleras del puerto de Melilla junto a otros menores que, como él, tratan de colarse en los bajos de un camión o dentro de un contenedor de los que viajan en los ferrys que conectan a diario la ciudad autónoma española con la Península. Para ellos, la posible recompensa es infinitamente mayor que el riesgo al que se exponen.

“Mi sueño es llegar al otro lado de ese mar”, cuenta Abderrahim, de 16 años, señalando con su mano el horizonte de unas aguas que, a esta hora, cuando la tarde se confunde con la noche en el norte de África, se muestran embravecidas a causa de un temporal. En poco tiempo, cuando la única luz que le ilumine sea la que procede de las farolas del puerto, volverá a probar suerte.

Primero bordeará con equilibrio de funambulista una valla con candado. Luego, lanzará una cuerda por una pared de 12 o 14 metros –qué sabe él–, y comenzará a bajar con cuidado para tratar de adentrarse en el recinto portuario como una sombra sibilina. Lo hará con miedo, sí. Pero también con esperanza. “Me han sacado hasta tres veces de dentro del barco. Me metí debajo de un camión, entre las ruedas delanteras y el motor”, explica Abderrahim, quien tiene dos hermanos residiendo ya en España, uno en Bilbao y otro en San Sebastián.

Dormir entre rocas

Pero el chico, que tras su llegada a Melilla estuvo seis meses en un centro de menores del que se escapó, no es el único que pasa sus días mendigando por la calle y durmiendo entre rocas a los pies del faro de la ciudad. Tiene unos cuantos compañeros de viaje: Aziz, Moacine, Yassine… Normalmente, suele ser un grupo de diez o doce chicos marroquíes, aunque también los ha habido de Argelia y de Siria. Todos ellos menores de edad (desde los 12 a los 17 años) que lograron atravesar alguno de los cuatro puestos fronterizos con Marruecos. Unos lo hicieron de noche. Otros, a plena luz del día, cuando la Guardia Civil y la Policía Nacional andan pidiendo la documentación a los conductores de los coches y ellos consiguen escabullirse entre los porteadores que llevan mercancías de un lado a otro de la frontera.

Moacine Vabomahdi no quiere ni oír hablar de volver a Fez, la ciudad del interior de Marruecos en la que nació hace 16 años. “Ojalá nunca tenga que volver a pisar ese sitio”, reconoce. Es el nuevo del grupo. Lleva poco más de un mes en Melilla. El chico, con cara de niño, cuenta que su padre murió hace años –no recuerda cuántos con exactitud– y que su madre no tiene trabajo. Moacine explica que salió de su tierra natal, “un infierno”, para ganarse la vida “como sea”, aunque de poder elegir, se decantaría por ser futbolista. “Me encanta el Barcelona. Messi es mi ídolo”, dice mirando hacia el suelo mientras da toques con su pie derecho a un balón imaginario. Es su forma de seguir siendo, simplemente, un niño.

Este chaval marroquí cuenta, intercalando su precario castellano con un árabe traducido por sus amigos, que estuvo dos días viajando en autobús por carretera hasta llegar a Melilla. Cruzó de noche, corriendo, el paso fronterizo de Beni Enzar, el más transitado y bullicioso de todo el continente africano. Como sus compañeros de éxodo, asegura que sueña con cruzar ese mar Mediterráneo que de noche, cuando duerme, más de una vez le ha despertado golpeándole en la cara con la espuma de sus olas rompientes y sus bramidos.

“Se pasa muy mal porque vivimos en la calle. Por la noche nos venimos aquí para estar juntos y tratar de colarnos en un barco. Comemos de la basura y de la caridad de la gente”, dice con una entereza abrumadora mientras uno de sus amigos le pone banda sonora a su historia cantando una canción en árabe.


Adiós a Fez

El rostro de Moacine se entristece cuando se le pregunta cómo fue decir adiós a Fez, a su familia, a sus amigos del barrio donde vivía y jugaba entre calles empedradas, sin asfaltar, con corderos pastando a su alrededor. “No me despedí de nadie. Me fue imposible hacerlo. Tan solo unos cuantos de mis amigos sabían que quería marcharme, pero el día anterior a mi partida no les dije nada. Ninguno se enteró. Supongo que, al no volver a verme, sabrían que había partido hacia aquí. A mi madre le di un beso la noche anterior a montarme en el autobús”, explica el chico.

Este fenómeno de llegada de menores a Melilla no es nuevo. Se produce desde hace décadas con distinta intensidad. Tampoco son sorprendentes las fugas del centro La Purísima, donde la ciudad autónoma, que tiene su tutela una vez son detenidos por la Policía Nacional o la Guardia Civil, los instala y los inscribe –no siempre–en el sistema educativo español.

“Aquel que llega al centro después de las 11 de la noche pierde automáticamente la tutela y todo aquello a lo que da derecho. Debe empezar de cero los trámites”, explica José Palazón, de la ONG Prodein, dedicada a la ayuda a la infancia.

“Pero hay otra cosa que los empuja a la calle: el menor tutelado pierde la residencia el día en que cumple 18 años. Si le van a quitar la residencia no le merece la pena seguir viviendo allí. Por eso tratará de viajar a la Península, donde podrá mantener la residencia al alcanzar la mayoría de edad”.

El Defensor del Pueblo ha criticado en varias ocasiones esta forma de actuar del ejecutivo local, del Partido Popular, y de la Delegación del Gobierno. Esta institución lleva alertando desde 2008 de que la extinción de la tutela sólo es posible por las causas estipuladas en el Código Civil, que “no incluyen en ningún caso el abandono voluntario del centro por el menor”. También denuncia la retirada de la residencia cuando el inmigrante alcanza la mayoría de edad.

Cuando cumplen 18 años, jóvenes como Abderrahim o Moacine se ven abocados a vivir en la calle pese a que, de conformidad con la legislación de extranjería, tendrían derecho a renovar su autorización. “Es una política de los gobernantes de la ciudad precisamente para provocar el efecto escapada”, asegura Palazón. La actual defensora del pueblo, Soledad Becerril, ya ha trasladado estas prácticas a la Fiscalía General del Estado para su estudio. La Marea ha tratado de contactar telefónicamente y a través del correo electrónico de manera reiterada con la consejera de Bienestar Social de Melilla, María Antonio Garbín, pero no ha recibido contestación alguna.


“Un, dos. Un, dos…”

El que parece actuar como jefe del grupo de Moacine y Abderrahim se llama Aziz Dinebenis. El chico, robusto, también tiene 16 años, aunque los cinco que lleva viviendo en las calles de Melilla le otorgan una experiencia muy valiosa para el resto de sus compañeros. “Un, dos. Un, dos…”, repite con insistencia mientras lanza sus puños al aire para enseñar sus dotes pugilísticas. “Quiero ser boxeador”, dice lo primero, y vuelve a lanzar sus puños con agilidad, ésta vez, y sin contactar, contra el rostro del periodista. “Mis manos me darán de comer, te lo aseguro”, apostilla con una sonrisa en el rostro.

El chico, nacido en Casablanca, lleva dos años sin saber nada de su familia. Al contar su historia, demuestra que es un obstinado. Pese a que le han expulsado 11 veces de Melilla, otras tantas ha vuelto a atravesar la frontera. “Cuando me devuelven a mi país, no aguanto allí ni un solo día. Según me echan, me doy la vuelta y ya empiezo a pensar cómo volver a colarme”, explica llevándose el dedo índice de su mano derecha a la sien, como haciendo el gesto de darle vueltas a la cabeza.

Aziz narra los sufrimientos que ha tenido que soportar durante estos cinco “largos” años que lleva en la ciudad autónoma. Este joven marroquí cuenta que en verano se baña en las duchas de la playa de Melilla pero que ahora, en invierno, le es imposible porque les cortan el agua. “Ahora no puedo ni lavarme. Si intento hacerlo en alguna fuente, la gente me mira mal”, se lamenta el chico, que insiste en mostrarle al periodista una especie de cueva-zulo donde hacen sus necesidades, justo debajo del faro melillense. “Esto es muy jodido, amigo”, afirma con aparente resignación, aunque parece que pronto olvida los sinsabores de la vida y emprende un combate de boxeo ficticio con uno de sus amigos.

El joven marroquí explica que quiere cruzar a la Península como escala de un viaje mucho más largo. Aziz dice que tiene familia en Italia y en Estados Unidos, pero que prefiere ir al país de la Estatua de la Libertad, de Rocky Marciano o de Joe Frazier. “En Norteamérica me esperan mi abuelo y un tío”, afirma. “Allí conseguiré hacer realidad mi sueño de subirme a un ring”. Y vuelta al un, dos, un, dos…

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