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Menores tutelados y fugados, perfil de los jóvenes sin techo




La Fundación Simetrías reclama un pacto social urgente para garantizarles una vivienda digna


Los jóvenes que al cumplir los 18 años deben abandonar los centros tutelados, los inmigrantes no acompañados, los fugados del hogar, los que residen en infraviviendas o asentamientos y los hijos de familias desahuciadas conforman el perfil de los menores sin hogar en España. Así lo ha expuso ayer la presidenta de la Fundación Simetrías, Ángeles Díaz Vieco, una organización que impulsa proyectos para la inclusión social de los menores y que reclamó un pacto social "urgente" para garantizar una vivienda digna a los niños y jóvenes que duermen en la calle.

Díaz Vieco presentó un informe sobre los jóvenes sin hogar en España en la Conferencia CRS ("Children Rough Sleepers", niños que duermen en la calle) en la que participaron expertos de administraciones públicas y privadas, universidades y plataformas de la sociedad civil. Entre otras medidas, Díaz Vieco exige la paralización de los desahucios y la agilización de los trámites para que las familias desahuciadas con hijos menores puedan acceder al fondo social de la vivienda de los bancos. También planteó que la renta mínima sea homogénea en todas las comunidades autónomas españolas

Entre los jóvenes sin techo se encuentran los que al cumplir 18 años dejan los centros de protección en los que vivían, no tienen familia de referencia, ni amigos y no pueden optar a programas autonómicos para acceder a una vivienda tutelada. También afecta a los jóvenes que se fugan de sus casas por unos días como consecuencia del aumento de los conflictos familiares. En 2013 se presentaron 13.000 denuncias por fuga de menores. Otro grupo de afectados son los jóvenes procedentes de familias de todos los niveles sociales que son denunciados por sus padres por malos tratos. También pueden terminar en la calle los menores inmigrantes no acompañados, indocumentados, que entran en España para encontrar un trabajo y que fueron alojados en centros de protección, de los que se terminan fugando.

Fuente :http://www.laregion.es/articulo/sociedad/menores-tutelados-y-fugados-perfil-jovenes-techo/20141119082828505238.html

El negocio con los menores en las pateras

Patricia Godino /2014 - 05:04

Doris llegó a las costas españolas en una patera tras haber pasado cuatro años en Marruecos. Allí dio a luz a sus dos gemelos, Emmanuel y Lucky. Cuando dejó Nigeria no pensaba que en en el norte de África su única forma de subsistencia sería la mendicidad. Un día un hombre le propuso pagar su viaje y el de sus bebés a España a cambio de que uno de los pequeños viajara en brazos de Joy, otra mujer que iba a viajar en la misma patera. Doris accedió y al llegar a España las dos mujeres, cada una con un bebé, fueron separadas y enviadas a centros de acogida diferentes.

Días después, Doris recibió la llamada de una mujer, que decía ser la hermana de Joy, que le dijo que tenía que ir a recoger a Lucky a una ciudad del sur de España. Poco después recibió otra llamada de la misma mujer que le decía que su hijo estaba ahora en otra ciudad muy alejada de la anterior. Doris tuvo miedo, pensó que nunca volvería a ver a su bebé y decidió contar la verdad a la asociación que se hizo cargo de ella a su llegada a la península, quienes la acompañaron a presentar una denuncia en la Comisaría de Policía.

Ésta es una de las historias reales que recoge el informe del Defensor del Pueblo estatal La trata de seres humanos en España: víctimas invisibles, un documento que vino a estudiar y denunciar una práctica que afecta, especialmente, a la inmigración irregular que llega a las costas andaluzas y en el que los menores son los eslabones más frágiles de esta cadena.

Aunque este documento tiene fecha de 2012, las denuncias de las ONG que trabajan día a día con muchos de los subsaharianos que entran por la frontera sur, caso por ejemplo de Cruz Roja se remontan a 2008. Por fortuna, los trabajadores de estos centros, que cuentan con plazas concertadas con el Ministerio de Empleo y Seguridad Social para la acogida humanitaria de personas en situación irregular, entre ellas madres y menores a su cargo o los llamados MENA (Menores Extranjeros No Acompañados), han sido los testigos de la evolución de la inmigración en España (de la afluencia magrebí a la migración subsahariana) y los primeros que han indentificado a las víctimas de las mafias de trata que operan en España.

Desde finales de 2007, con la llegada de las primeras pateras con mujeres y menores -antes, fundamentalmente sólo migraban varones- "Cruz Roja alertó que esos niños que entraban en el país no estaban siendo reseñados, entendiendo por esto el registro de una huella, una fotografía, la asignación de un NIE (un número de identificación de extranjeros) o la filiación con el adulto que lo trae", explica Rosa Flores, coordinadora de Cruz Roja y referente nacional en la trata de menores. "Vimos situaciones muy preocupantes: madres que venían a los centros reclamando niños que supuestamente habían cruzado en pateras con otras mujeres o mujeres que no reconocían quién era su hijo cuando había grupos grandes en los centros... Y todo ello con el agravante de que estos niños no existían para España porque no se le estaba registrando a su llegada y por tanto su suerte era desconocida".

Esta invisibilidad ha sido así hasta el año 2013. Cinco años de llamadas y reuniones por parte de varias ONG con el Defensor del Pueblo y la Fiscalía dieron como resultado que la existencia de estos niños quedara reflejada en el informe Víctimas Invisibles que, en buena medida, ha servido de guía para corregir este agujero del sistema social y prevenir gravísimas amenazas para los menores como la de ser objeto de malos tratos, explotación sexual, pornografía infantil o adopciones ilegales, entre otros peligros.

Por pura naturaleza geográfica, Andalucía, junto con Ceuta y Melilla, es hoy un punto caliente de entrada de inmigración, de ahí que haya sido uno de las comunidades que más ha trabajado por coordinar el diálogo entre administraciones para dar una respuesta clara y de alguna forma para establecer unas buenas prácticas sobre la que puedan trabajar otras comunidades, explican desde la Oficina del Defensor del Pueblo andaluz que dirige Jesús Maeztu, encargado también de la Defensoría del Menor.

En junio de 2013, se realizó la primera reunión en Madrid, con la Oficina de Soledad Becerril, en la que intervinieron también los técnicos de Ceuta y Melilla a la que siguieron equipos de trabajo con la Fiscalía, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la Junta de Andalucía, las Corporaciones locales y las ONG. Estos esfuerzos derivaron en marzo de este año, según el Defensor andaluz, "en un perfil de protocolo muy definido de lo que debía trabajar cada uno y el margen de maniobra" y aunque todavía está pendiente de aprobación por parte de los máximos responsables de estas administraciones "la voluntad de aunar esfuerzos está" y, de hecho, desde que se inició este trabajo coordinado los niños que entran por una frontera no habilitada "están perfectamente reseñados y no son invisibles", celebran desde el departamento de Maeztu. Esto incluye el registro dactilar, la activación del NIE y la vinculación paterno-materno filial a través de las pruebas de ADN (por extracción de saliva), de manera que "no se dé por bueno sin más que alguien que diga ser el padre/madre de un niño que llegan en patera se lo lleve", apunta Flores. Por contra, si la prueba de ADN es positiva aunque la inmigrante y su hijo no estén regularizados sí que podrán contar con un certificado de maternidad, "que sirva de garante de los derechos de la madre y su hijo a efectos de colegios o servicios sanitarios", aclara la trabajadora de Cruz Roja, que ejerce su labor a diario en Puente Genil.

Tan avanzado está este protocolo marco en Andalucía que "ya se ha declarado la situación de riesgo en algunos menores y a otros se les ha aplicado la situación de desamparo, tras la cual la madre ha confesado que es víctima de trata", explican desde la Defensoría del Pueblo en Andalucía sobre casos que ya está en conocimiento de la Fiscalía, la Policía y el servicio de Protección de Menores.

Ése es el gran reto y donde, según Flores, "queda mucho trabajo por hacer", porque "el protocolo no busca sólo combatir el tráfico de menores sino el de sus madres, que son víctimas de explotación sexual", porque "aunque las pruebas de ADN fueran positivas, cuando la red reclama el pago de la deuda, esas mujeres van a tener que ejercer la prostitución. Si las madres están en las calles, ¿dónde están esos niños? Están con las redes, a cargo de una madame ", eso, cuenta Flores, es lo que nos llega de la Policía y de otras mujeres víctimas que han estado o están en el mercado de la prostitución.

E insiste en la vinculación contra su voluntad de estas mujeres con las mafias. "No es cuestión de criminalizar a estas madres, de decir si son buenas o malas con sus hijos. El problema es que están siendo chantajeadas y que ellas no son las que deciden, nunca lo han hecho, ni en su país de origen, ni en el tránsito de la migración ni ahora: es la red la que le dice ahora cruza, ahora quédate embarazada, ahora aborta en la frontera de Marruecos y ahora te volvemos a dejar embarazada", insiste sobre los relatos de agresiones sexuales que lleva escuchado de estas inmigrantes todos estos años.

Las respuestas ante un drama nuevo -complejo y cambiante como son las redes de tratantes- no son automáticas y mucho menos son rápidas cuando se trabaja con los tiempos y los corsés de la Administración. Y aunque en el informe Víctimas invisibles se indica que "se ha podido constatar un creciente compromiso de las autoridades públicas", el testimonio de una víctima incluido en este documento da la medida de lo alejada que está todavía la respuesta pública ante el drama: "Cuando denuncié era viernes y no tenían dónde meterme". Flores lo resume: "Debemos articular mecanismos flexibles y ese es un reto. La Administración está acostumbrada a trabajar con un marco muy garantista para los menores pero no da respuesta ágil a este tipo de situaciones".

Para ello, según la Oficina del Defensor, se quiere trabajar especialmente la respuesta que deben dar los técnicos de asuntos sociales de las corporaciones locales de las ciudades en las que Cruz Roja -gran motor de esta movilización contra la trata- tiene centros de ayuda humanitaria: Utrera, Sevilla, Algeciras, Puente Genil y Motril.

Para atajar esta falta de respuesta y analizar los casos, el jueves 26 se celebra en Sevilla (Centro Cultural Cajasol) la jornada de Concienciación y sensibilización sobre la trata de menores, una actividad organizada por el Área de Menores y Educación del Defensor del Pueblo andaluz que contará con la participación de la citada coordinadora de Cruz Roja, Rosa Flores, para hablar junto a responsables de Unicef y Andalucía Save the Children del papel de las ONG en la protección de los menores. La estrategia europea sobre los derechos de la infancia, el tránsito migratorio de mujeres y menores en situación de trata o el papel de las administraciones son algunos de los temas que se abordarán con varios expertos que tienen un mismo objetivo que aquí resume Rosa Flores: "Como sociedad de un estado de derecho que somos debemos ser garantes de que esos niños van a estar en un entorno seguro". Ése es el reto. 

 Fuente original:

Sobrevivir en la escollera de Melilla



 

 Este artículo se encuentra en el número de febrero de la revista en papel, a la venta en quioscos y en la  página web. La Marea

Abderrahim camina junto al rompeolas del puerto de Melilla, el lugar inhóspito en el que se refugian él y otros niños. ANDROS LOZANO
MELILLA / Abderrahim Zoglati se subió a un desvencijado autobús con apenas un par de mudas de ropa a la espalda pero con el pecho henchido de ilusión. Aquel día salió de su casa al amanecer confiado en alcanzar un lugar mejor que el que le vio nacer. “Buscaba una nueva vida”, dice. Vivía en Oujda, una ciudad precaria y empobrecida del noreste de Marruecos y a sólo una decena de kilómetros de la frontera con Argelia. Salió de allí con el mismo deseo que un trapecista tiene de no acabar con su cuerpo en la lona.

De aquel viaje sin retorno hace ahora dos años, el mismo tiempo que este adolescente lleva sin ver a su familia. Hoy, alejado de sus padres, malvive en las escolleras del puerto de Melilla junto a otros menores que, como él, tratan de colarse en los bajos de un camión o dentro de un contenedor de los que viajan en los ferrys que conectan a diario la ciudad autónoma española con la Península. Para ellos, la posible recompensa es infinitamente mayor que el riesgo al que se exponen.

“Mi sueño es llegar al otro lado de ese mar”, cuenta Abderrahim, de 16 años, señalando con su mano el horizonte de unas aguas que, a esta hora, cuando la tarde se confunde con la noche en el norte de África, se muestran embravecidas a causa de un temporal. En poco tiempo, cuando la única luz que le ilumine sea la que procede de las farolas del puerto, volverá a probar suerte.

Primero bordeará con equilibrio de funambulista una valla con candado. Luego, lanzará una cuerda por una pared de 12 o 14 metros –qué sabe él–, y comenzará a bajar con cuidado para tratar de adentrarse en el recinto portuario como una sombra sibilina. Lo hará con miedo, sí. Pero también con esperanza. “Me han sacado hasta tres veces de dentro del barco. Me metí debajo de un camión, entre las ruedas delanteras y el motor”, explica Abderrahim, quien tiene dos hermanos residiendo ya en España, uno en Bilbao y otro en San Sebastián.

Dormir entre rocas

Pero el chico, que tras su llegada a Melilla estuvo seis meses en un centro de menores del que se escapó, no es el único que pasa sus días mendigando por la calle y durmiendo entre rocas a los pies del faro de la ciudad. Tiene unos cuantos compañeros de viaje: Aziz, Moacine, Yassine… Normalmente, suele ser un grupo de diez o doce chicos marroquíes, aunque también los ha habido de Argelia y de Siria. Todos ellos menores de edad (desde los 12 a los 17 años) que lograron atravesar alguno de los cuatro puestos fronterizos con Marruecos. Unos lo hicieron de noche. Otros, a plena luz del día, cuando la Guardia Civil y la Policía Nacional andan pidiendo la documentación a los conductores de los coches y ellos consiguen escabullirse entre los porteadores que llevan mercancías de un lado a otro de la frontera.

Moacine Vabomahdi no quiere ni oír hablar de volver a Fez, la ciudad del interior de Marruecos en la que nació hace 16 años. “Ojalá nunca tenga que volver a pisar ese sitio”, reconoce. Es el nuevo del grupo. Lleva poco más de un mes en Melilla. El chico, con cara de niño, cuenta que su padre murió hace años –no recuerda cuántos con exactitud– y que su madre no tiene trabajo. Moacine explica que salió de su tierra natal, “un infierno”, para ganarse la vida “como sea”, aunque de poder elegir, se decantaría por ser futbolista. “Me encanta el Barcelona. Messi es mi ídolo”, dice mirando hacia el suelo mientras da toques con su pie derecho a un balón imaginario. Es su forma de seguir siendo, simplemente, un niño.

Este chaval marroquí cuenta, intercalando su precario castellano con un árabe traducido por sus amigos, que estuvo dos días viajando en autobús por carretera hasta llegar a Melilla. Cruzó de noche, corriendo, el paso fronterizo de Beni Enzar, el más transitado y bullicioso de todo el continente africano. Como sus compañeros de éxodo, asegura que sueña con cruzar ese mar Mediterráneo que de noche, cuando duerme, más de una vez le ha despertado golpeándole en la cara con la espuma de sus olas rompientes y sus bramidos.

“Se pasa muy mal porque vivimos en la calle. Por la noche nos venimos aquí para estar juntos y tratar de colarnos en un barco. Comemos de la basura y de la caridad de la gente”, dice con una entereza abrumadora mientras uno de sus amigos le pone banda sonora a su historia cantando una canción en árabe.


Adiós a Fez

El rostro de Moacine se entristece cuando se le pregunta cómo fue decir adiós a Fez, a su familia, a sus amigos del barrio donde vivía y jugaba entre calles empedradas, sin asfaltar, con corderos pastando a su alrededor. “No me despedí de nadie. Me fue imposible hacerlo. Tan solo unos cuantos de mis amigos sabían que quería marcharme, pero el día anterior a mi partida no les dije nada. Ninguno se enteró. Supongo que, al no volver a verme, sabrían que había partido hacia aquí. A mi madre le di un beso la noche anterior a montarme en el autobús”, explica el chico.

Este fenómeno de llegada de menores a Melilla no es nuevo. Se produce desde hace décadas con distinta intensidad. Tampoco son sorprendentes las fugas del centro La Purísima, donde la ciudad autónoma, que tiene su tutela una vez son detenidos por la Policía Nacional o la Guardia Civil, los instala y los inscribe –no siempre–en el sistema educativo español.

“Aquel que llega al centro después de las 11 de la noche pierde automáticamente la tutela y todo aquello a lo que da derecho. Debe empezar de cero los trámites”, explica José Palazón, de la ONG Prodein, dedicada a la ayuda a la infancia.

“Pero hay otra cosa que los empuja a la calle: el menor tutelado pierde la residencia el día en que cumple 18 años. Si le van a quitar la residencia no le merece la pena seguir viviendo allí. Por eso tratará de viajar a la Península, donde podrá mantener la residencia al alcanzar la mayoría de edad”.

El Defensor del Pueblo ha criticado en varias ocasiones esta forma de actuar del ejecutivo local, del Partido Popular, y de la Delegación del Gobierno. Esta institución lleva alertando desde 2008 de que la extinción de la tutela sólo es posible por las causas estipuladas en el Código Civil, que “no incluyen en ningún caso el abandono voluntario del centro por el menor”. También denuncia la retirada de la residencia cuando el inmigrante alcanza la mayoría de edad.

Cuando cumplen 18 años, jóvenes como Abderrahim o Moacine se ven abocados a vivir en la calle pese a que, de conformidad con la legislación de extranjería, tendrían derecho a renovar su autorización. “Es una política de los gobernantes de la ciudad precisamente para provocar el efecto escapada”, asegura Palazón. La actual defensora del pueblo, Soledad Becerril, ya ha trasladado estas prácticas a la Fiscalía General del Estado para su estudio. La Marea ha tratado de contactar telefónicamente y a través del correo electrónico de manera reiterada con la consejera de Bienestar Social de Melilla, María Antonio Garbín, pero no ha recibido contestación alguna.


“Un, dos. Un, dos…”

El que parece actuar como jefe del grupo de Moacine y Abderrahim se llama Aziz Dinebenis. El chico, robusto, también tiene 16 años, aunque los cinco que lleva viviendo en las calles de Melilla le otorgan una experiencia muy valiosa para el resto de sus compañeros. “Un, dos. Un, dos…”, repite con insistencia mientras lanza sus puños al aire para enseñar sus dotes pugilísticas. “Quiero ser boxeador”, dice lo primero, y vuelve a lanzar sus puños con agilidad, ésta vez, y sin contactar, contra el rostro del periodista. “Mis manos me darán de comer, te lo aseguro”, apostilla con una sonrisa en el rostro.

El chico, nacido en Casablanca, lleva dos años sin saber nada de su familia. Al contar su historia, demuestra que es un obstinado. Pese a que le han expulsado 11 veces de Melilla, otras tantas ha vuelto a atravesar la frontera. “Cuando me devuelven a mi país, no aguanto allí ni un solo día. Según me echan, me doy la vuelta y ya empiezo a pensar cómo volver a colarme”, explica llevándose el dedo índice de su mano derecha a la sien, como haciendo el gesto de darle vueltas a la cabeza.

Aziz narra los sufrimientos que ha tenido que soportar durante estos cinco “largos” años que lleva en la ciudad autónoma. Este joven marroquí cuenta que en verano se baña en las duchas de la playa de Melilla pero que ahora, en invierno, le es imposible porque les cortan el agua. “Ahora no puedo ni lavarme. Si intento hacerlo en alguna fuente, la gente me mira mal”, se lamenta el chico, que insiste en mostrarle al periodista una especie de cueva-zulo donde hacen sus necesidades, justo debajo del faro melillense. “Esto es muy jodido, amigo”, afirma con aparente resignación, aunque parece que pronto olvida los sinsabores de la vida y emprende un combate de boxeo ficticio con uno de sus amigos.

El joven marroquí explica que quiere cruzar a la Península como escala de un viaje mucho más largo. Aziz dice que tiene familia en Italia y en Estados Unidos, pero que prefiere ir al país de la Estatua de la Libertad, de Rocky Marciano o de Joe Frazier. “En Norteamérica me esperan mi abuelo y un tío”, afirma. “Allí conseguiré hacer realidad mi sueño de subirme a un ring”. Y vuelta al un, dos, un, dos…

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